Más del 80% de las decisiones de compra
son emocionales, queramos reconocerlo o no, y seguimos segmentando por
criterios como edad, sexo, ubicación, clase social o renta per cápita.
Esta
era una de las reflexiones que les hacía esta semana a un pequeño pero
aguerrido grupo de comerciantes locales con los cuales compartí un rato
hablando de fidelización de clientes.
Se
estudia desde la conducta del consumidor como afectan sus emociones e
intervienen estas en el proceso de compra y hay diversas teorías al respecto,
sobre que es la emoción y cómo influye esta en el proceso de compra.
Por
ello, hay que tener muy presente las emociones que generamos en nuestros
clientes, ya que estas, al influir, entre otras, en la posibilidad de re-compra
y prescripción, van a incidir en nuestra capacidad de fidelizar a las clientes, más allá de tarjetas de puntos, regalos,
u otras ofrendas, que en muchas ocasiones no van bien dirigidas, pero ese es
otro tema.
¿Volverías
a comprar en tiendas o comer en restaurantes que te generan emociones
negativas, por muchos regalos y puntos que te ofrezcan?
Quien
dijo eso de “¡no lo quiero ni gratis!”
Para
Alonso (2000) una de las funciones
del marketing es “emocionar positivamente a nuestros consumidores a fin de que
desarrollen conductas favorables hacia nuestros productos y marcas”
Revisando
la literatura sobre emociones, podemos
destacar diversas consecuencias en el comportamiento del consumidor: 1) efectos de las emociones sobre el
proceso de decisión del consumidor, 2)
efectos sobre los procesos cognitivos, 3)
sobre los conativos (actitud de compra re-compra) y 4) efectos de las emociones
en los procesos post-compra.
Según
Goosens (2000) los aspectos emocionales y de experiencia de consumo
juegan un papel importante en la elección del consumidor. Las experiencias
vividas en el proceso de compra determinaran las futuras actitudes de nuestros
clientes hacia nosotros y respecto tanto a la posibilidad de re-compra como de recomendación/prescripción.
Para
Gadner (1985), el estado de ánimo
del consumidor influye directamente en la percepción de los productos y la
evaluación de los mismos.
Esto
también se da en publicidad, de manera
que las emociones que nos generan los anuncios o que evocamos al recordarlos, suelen
ser un fiel predictivo de la actitud hacia este o la marca. Y por último, las emociones positivas favorecen la acción
de compra o re-compra.
Solemos
asociar las emociones con determinados productos o servicios. Que te sugiere el
anuncio de BMW “¿te gusta conducir?” Parece que han conseguido vincular esa emoción
con su marca.
Así
que las emociones que hagamos vivir a nuestros clientes, generaran asociaciones
y en función a estas, repetirán las compras, basando gran parte de esta
decisión en las vivencias que evocan al recordarnos.
Sin
embargo, además de en muchas ocasiones de contacto con nuestros clientes, no
solo tenemos en cuenta la huella o
impronta emocional que les podamos dejar, si no que seguimos haciendo una
segmentación de estos meramente tradicional sin incluir emociones, ni medir el
estado emocional de nuestros clientes.
Ellos
nos clasifican, en gran medida, por todo un corolario de emociones,
sentimientos que les vinculan con nuestra marca, tal vez sea el momento de que
nosotros también hagamos la misma clasificación.
Es
la única manera de hacer ese traje a medida que requiere/exige la fidelización
de clientes.
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