Esta
mañana, mientras ojeaba la prensa digital con mi primer café, he leído un
artículo interesante sobre la gestión de los recursos humanos. Se titulaba “Cada profesional en el puesto que se
merece”.
El artículo hablaba sobre la cantidad de tiempo que dedican los CEO y otros directivos a encontrar, desarrollar y destinar la gente que necesitan a puestos críticos de la organización. Y también sobre la importancia de la evaluación del talento y capacidades de cada empleado. Y de repente, he esbozado una sarcástica sonrisa y me he acordado de El Principio de Dilbert.
El artículo hablaba sobre la cantidad de tiempo que dedican los CEO y otros directivos a encontrar, desarrollar y destinar la gente que necesitan a puestos críticos de la organización. Y también sobre la importancia de la evaluación del talento y capacidades de cada empleado. Y de repente, he esbozado una sarcástica sonrisa y me he acordado de El Principio de Dilbert.
“Las compañías tienden a ascender
sistemáticamente a sus empleados menos competentes a cargos directivos, para
limitar así la cantidad de daño que son capaces de provocar”.
El término fue acuñado por Scott Adams,
graduado MBA por la universidad de Berkeley, creador de la tira cómica Dilbert,
que posteriormente, en 1996 amplió su estudio, dando lugar a un libro con el
mismo nombre. Dicho libro, es referencia y lectura obligada en algunos de los
más prestigiosos programas de gestión y MBA.
Es una variación del Principio de Peter el
cual afirma que un empleado eficiente y productivo será recompensado con un
ascenso hasta un puesto en el que sea un incompetente y permanecerá allí.
Aunque a nivel académico no es muy
reconocido, obviamente contradice los buenos principios de gestión de recursos
humanos, en el mundo empresarial tiene muchos apoyos. Fue Guy Kawasaki, durante
su paso por Apple el que afirmo que solo hay dos tipos de empresas, las que se
reconocen como describe Dilbert y las que aún no saben que lo son.
Todo ello me hace reflexionar sobre la
gestión de los recursos humanos en las empresas. Una forma bastante habitual de
premiar la antigüedad es un ascenso, independientemente si la persona posee las
habilidades requeridas para el desempeño del mismo.
Si la persona promocionada no es competente,
ser muy bueno en un puesto no significa que esto sea extensible a todos los
demás, acabara cometiendo fallos, gran parte de ellos originados por el estrés
de verse desbordado o por el desconocimiento de las nuevas tareas y
obligaciones que exigen su nueva posición en la empresa.
Todos conocemos casos de personas altamente
eficientes en sus tareas y que al ser promocionadas se convierten en obstáculos
dentro de la organización. Lo peor, el coste que ello tiene, tanto a nivel
personal como profesional para el implicado.
Por ello, la próxima vez que vayas a
promocionar a alguien en tu empresa, o sea promocionado, piensa si es la
persona más adecuada (para ello, una herramienta que nunca falla es seguir a
rajatabla la descripción detallada de
cada uno de los puestos de la empresa) y si hay que premiar su buena gestión y
eficiencia, no necesariamente tiene que ser a través de un ascenso.
Hay que buscar otro tipo de recompensas,
beneficios sociales, participaciones en la empresa, premios en especies, etc. A
lo mejor, si no fuera por el incremento salarial que supone el ascenso, muchos
empleados no lo desearían.
Seguro
que conoces algún caso y que podrás compartirlo con todos nosotros.
¡Te
espero!
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